jueves, 28 de febrero de 2013

Una experiencia

Fumé durante 10 años, siempre contra mi voluntad, movido únicamente por una fuerte adicción a la nicotina. Fui fumando cantidades mayores progresivamente, y los últimos años andaba por poco más de una cajetilla diaria.

Yo no quería fumar e intentaba dejarlo muy a menudo, me torturaba con la abstinencia durante unos días, a veces solo durante unas horas, hasta que finalmente sucumbía y compraba otro paquete de tabaco. En alguna ocasión llegué a estar suficiente tiempo sin fumar para que se me quitara ese asqueroso sabor de la boca. Cuando recaía, al mareo y el malestar se sumaba la sensación de no ser capaz de superar la dependencia, y ese asqueroso sabor de nuevo por las mañanas.

Finalmente, en una de tantas intentonas, vino el éxito. Llegué por fin al convencimiento de que aquello era un círculo vicioso, que sólo tenía ganas de fumar por que había fumado el último cigarrillo, y que si dejaba de alimentar con tabaco aquella adicción, finalmente triunfaría sobre ella. Pero el movimiento se demuestra andando y la única forma de tener éxito en la empresa era no volver a fumar una calada nunca más. Matar de hambre a la adicción.

De aquello hace ya cuatro años y un par de meses. ¡Funcionó!

No fue fácil, no obstante; Los primeros tres meses fueron horribles, y tuve que estar continuamente reforzándome en mi decisión. Afectó a mi capacidad de concentración, a mi rendimiento en el trabajo, e incluso aparentemente a mi salud. En realidad mi cuerpo se estaba limpiando y mi aparato respiratorio se estaba curando, pero los síntomas; las toses y las mucosidades negras, los frecuentes resfriados que se alargaban más de lo normal, parecían indicar lo contrario.

El resto del primer año no fue mucho mejor, pero en algún momento todo aquello fue superado y llegó la recompensa. Después de mucho tiempo de estar peor que cuando fumaba, por fin ya no dependía del tabaco y podía empezar a disfrutar la recompensa.

Ahora apenas pienso en el tabaco. Durante largas temporadas ni siquiera recuerdo que una vez fui fumador, y cuando me acuerdo no es con añoranza sino con alivio y orgullo por haber podido romper aquel círculo vicioso y escapar. Ya no recuerdo el sabor del tabaco, y me tengo que apartar cuando se me acerca un fumador y huelo su aliento. No lo soporto.

Lo curioso, y en cierto modo lo que me ha motivado a escribir este blog, es que durante todo este tiempo, he ido teniendo sueños en los que fumaba. Los sueños han ido variando a lo largo de este tiempo pero siempre que fumo en sueños todo, desde el sonido del mechero hasta el sabor del humo y las todas las sensaciones, son muy reales.

Últimamente estos sueños son de una nueva variedad. En ellos me alarmo al comprobar que me enciendo o estoy a punto de encender un cigarrillo, lo fumo sin querer pero con gusto y por un momento me entristece haber recaído. Pero sin despertarme, en algún momento, llego a ser consciente de que estoy soñando, que no fumo realmente aunque la sensación es vívida y real. Entonces sigo fumando, ya más tranquilo y relajado, porque se que cuando despierte no seré adicto de nuevo, y no tendré ese asqueroso sabor en la boca. Si el sueño continua y me termino el cigarrillo, enseguida tengo la necesidad de encender otro. A veces me resisto a hacerlo y tengo de nuevo esa sensación de privación de manera que, como estoy soñando y no pasa nada, siempre acabo encendiendo otro cigarrillo hasta que despierto.

Esta mañana he vuelto a soñar lo mismo. Estaba en la cama, durmiendo, me despertaba y tenía un cigarrillo en los labios y un mechero en la mano. Accionaba un par de veces el encendedor y solo salía la chispa, sin gas. En ese momento he sido consciente de que estaba soñando. He pensado seguir intentando encender el cigarrillo y fumar como en sueños anteriores pero he decidido no hacerlo. He seguido durmiendo con el cigarrillo apagado en un puño y el mechero en la otra mano, he vuelto a sentir la sensación de abstinencia por un momento pero esta vez no he fumado en sueños, y no ha pasado nada.

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